09 octubre, 2007


CUATRO ERMITAS DE LA SIERRA DE ÁVILA I.

En el principio de los tiempos, el hombre sintiéndose parte del medio y seguramente debatiéndose entre la duda, el miedo y la sorpresa, fue sacralizando aquello que le era vital -el fuego, lo que le alimentaba, la metalurgia…-; lugares y elementos de la naturaleza –cursos de agua, flora, fauna…-; lo que le asombraba o atemorizaba, -astros, truenos, relámpagos…-. De ese devenir de emociones repetidas generación tras generación, surgen lugares sagrados donde el ser humano, encontraba la unión con el Universo canalizándola a través del rito.
Algunos de aquellos lugares primordiales son las preciosas ermitas que han llegado a nosotros; las encontramos en los cruces de caminos, orillas de arroyos o en altozanos estratégicos. Allí, se vivían experiencias que fueron ritualizándose y que hoy, conocemos como romerías. No hay pueblo sin lugar mágico, sin este espacio sacralizado por la gente llana con plena consciencia de lo sobrenatural y natural a la vez, aquella que, aun hoy, anclada a la tierra que cultiva y al ganado que cría, da gracias a la divinidad, convirtiendo el rito en fiesta.

A las ermitas suelen estar asociadas el agua, los árboles y las piedras; elementos que forman parte de la naturaleza y que tienen en común además, ser simbólicamente representaciones del mundo espiritual.

El agua simbólicamente representa tres temas dominantes: fuente de vida, medio de purificación y centro de regeneración.
El agua es la fuente de fecundación de la tierra y de los seres vivos que la habitan; las corrientes de agua –ríos, arroyos, mares-, son la existencia humana, que fluye a través de la vida con sus deseos, pasiones y sentimientos. Desde el principio de los tiempos han sido sacralizados manantiales y fuentes, por el hecho de que constituyen la boca del agua viva o del agua virgen. El agua viva que ellos derraman, es como la lluvia, la sangre divina, la semilla del cielo. Es un símbolo de maternidad.
En la obra de Jung, aparece el manantial como arquetipo, al que considera como una imagen del alma, en cuanto origen de la vida interior y de la energía espiritual.

El árbol es el símbolo de la vida en perpetuo evolución, en ascensión hacia el cielo. Pone en comunicación los tres niveles del cosmos: el mundo subterráneo; la superficie de la tierra y el cielo.

En la tradición, la piedra ocupa un lugar de importancia. Existe entre el alma y la piedra una relación estrecha. La piedra es también un símbolo de la tierra madre.


1 comentario:

Cris de Cos-Estrada dijo...

aqui uno se despista un poquito y ya tiene mil nuevas entradas!!! eso significa que hay mucho arte que mostrar al mundo, mucha mujer que descubrir...